martes, 22 de abril de 2014

La Amistad

Por Fede, estrella invitada


Debo comenzar esta aventura bloguera haciendo referencia a dos personas buenas que marcaron para siempre mi concepto de “paradigma” de la vida moderna.

Dos seres de luz, impregnados de visión cósmica, que con sus trayectorias fueron mucho más allá que el Hombre Bala del Circo de los Hermanos Floriano. A ellos, que les debo todo lo que no fui y jamás seré, les dedico este sentido homenaje: Steve Hierbabuena y Dieter Orgasmus.

Steve era un impúber jovial, nacido en familia hippy portuguesa, de costumbres nómadas y tártaras. A sus padres les habían echado de la URSS a cañonazos en la década de los 50, porque Stalin no era muy amigo del “flower power”  y, además, le molestaba mucho el tufo a incienso.

Hicieron parada en la desembocadura del Danubio, donde ejercieron como guías turísticos para políticos españoles. Allí nació Steve, pelón y sonrosado como culito de mandril. Los padres de Steve, propensos a los trastornos de huesos, decidieron cambiar el húmedo clima rumano por un zoo abandonado a las afueras de Budapest, donde Steve conoció de primera mano la rudimentaria vida de las fieras selváticas, a las que observaba con atención mientras transportaba sus deposiciones.

Casualmente, descubrió que el excremento de gacela, una vez seco, era muy generoso con el THC, convirtiéndose en un adolescente psiconauta tendente a la introspección y el ensimismamiento, pero también a la escritura de potentes ensayos metafísicos.

Steve relató sus viajes y vivencias con los guionistas de “Lost” en veintitantos tomos que jamás publicó, pero que me fueron confiados como premio a nuestra amistad, y que, por supuesto, nunca desvelaré.

Dieter Orgasmus era hijo de una acaudalada familia de Bruselas. Su padre, vendedor y fabricante de joyas, padecía los mismos trastornos óseos que los padres de Steve, por lo que decidió comprar un hotelito de cinco estrellas y campo de golf en la isla tunecina de Djerba.

Dieter creció leyendo la Torá, ayudando en el negocio familiar y mirando a las jacas francoalemanas bronceándose sólo con el tanga, en un ambiente de creciente religiosidad. No obstante, un día antes de cumplir los 16 un hecho marcaría su vida: una alta, rubia y culidura walkyria, aprovechando las carencias vitales del pobre Dieter, lo desecó durante una semana hasta dejarlo como un Ecce Homo.

Ella, al despedirse, le dio 100 euros en cambios y alabó su vigorosa herramienta, recomendándole que la usase en beneficio de la Humanidad. Dieter, haciendo caso de ese consejo, tomó cuanta hembra francoalemana pasaba por su hotel. Y no sólo eso: las mismas señoras extendieron el rumor por toda Francoalemania de las bondades del muchacho, de ventana a ventana a viva voz, al albur de sus labores domésticas.

La madre de Dieter veía con gozo su hotel siempre lleno, y a la vez, veía con pena a su vástago de 48 años single y sin cuenta en eDarling, de tal manera que apañó el matrimonio de mi amigo con una prima lejana que cuidaba un zoo a las afueras de Budapest.

Dieter escribió un diario de veintitantos tomos relatando poéticamente todas sus aventuras con las walkyrias francoalemanas, el cual, me fue consignado como premio a nuestra amistad. Por supuesto, debido al aprecio que siento por él, jamás divulgaré su contenido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario